MEMORIA DE JUSTO JUBERÍAS .
Natural de Palazuelos, fue uno de los precursores de la arqueología en la provincia
De ahí que a causa de su dedicación fuese conocido en algunos círculos como el “cura de las piedras”, a pesar de que debieron de haberle denominado, con mayor propiedad, el cura de los fósiles, o de la arqueología.
El hombre que, dentro de la provincia de Guadalajara, puso quizá el primer baldón para el estudio del tiempo siendo uno de los mejores colaboradores de los arqueólogos más prestigiosos de los inicios del siglo XX español, cuando la arqueología comenzaba a dar sus primeros pasos, y los primeros arqueólogos cuyos nombres han traspasado la frontera de la historia en nuestra provincia, Enrique de Aguilera -Marqués de Cerralbo- o Juan Cabré, se iniciaban en el mundo del descubrimiento de nuestras señaladas necrópolis.
Aquellas que dieron fama a poblaciones como Higes, Palazuelos, Cerropozo –Atienza-, Alcolea de las Peñas y tantas más.
Enrique de Aguilera y Juan Cabré se llevaron la fama, pero detrás de muchos de aquellos importantes descubrimientos que firmaron para la arqueología nacional se encontraba la figura estirada, amable y despierta de don Justo Juberías, un cura de pueblo, natural de Palazuelos, que pasó por la historia arqueológica prácticamente de puntillas, al permanecer en la mayoría de las ocasiones en segunda fila.
Nació en Palazuelos, a las puertas de la Navidad de 1878, el 19 de diciembre, y en Palazuelos dio sus primeros pasos y se comenzó a formar hasta que pasó a Sigüenza para seguir la vida del sacerdote, estudiando en el seminario de San Bartolomé.
En Sigüenza se ordenó en 1904 pasando, dos años después, en 1906, a la iglesia de Santa María de Huerta, de la que fue nombrado ecónomo, y en donde la casualidad le hizo conocer a don Enrique de Aguilera, el famoso Marqués de Cerralbo quien, en Santa María de Huerta tenía su finca de recreo, “El Castillo”. Santa María de Huerta pertenecía entonces al obispado de Sigüenza.
Don Justo llegó a aquella localidad a mediados de noviembre de aquel año, el día 14. Un destino que marcaría su vida, y una población que ya conocía, al menos de referencia, puesto que uno de sus hermanos, Segundo Juberías, ejercía allí como administrador de la familia Cerralbo.
PALAZUELOS, SU CASTILLO Y SUS MURALLAS. El Libro, aquí
No es difícil imaginar que don Enrique de Aguilera, cosa de los tiempos, reuniese en su finca, en más de una ocasión, a los poderes, civiles y eclesiásticos, del lugar; y que en más de una ocasión nuestro don Justo Juberías escuchase los razonamientos arqueológicos de nuestro entonces aficionado marqués y que, de escuchar las charlas, surgiese primero la curiosidad y posteriormente la afición por los descubrimientos.
Unos descubrimientos que comenzaron a tomar carta de naturaleza a mediados del siglo XIX, cuando se elaboró la primera carta arqueológica provincial y comenzó a indagarse en un mundo hasta entonces prácticamente desconocido, el de la prehistoria, que quizá se inicie para la provincia de Guadalajara con las famosas “antigüedades de Hijes”, descubiertas en los primeros años de la década de 1840; excavadas por el entonces Delegado provincial del Gobierno civil de la provincia, don Francisco de Nicolau, y terminadas de rescatar del olvido por Cerralbo y compañía; la compañía, por supuesto, era don Justo Juberías, por entonces párroco de Torrevicente (Soria), antes de serlo de Membrillera, población a la que llegaría en 1927 y en donde estuvo por espacio de casi veinticinco años, hasta 1951 en que pasó a Sigüenza, dejando la ciudad episcopal cuando la enfermedad, y la edad, de su amigo y en algunos aspectos colaborador, el entonces párroco de la iglesia de San Juan y arcipreste de Atienza, hizo que el obispo diocesano lo enviase a la castillera villa en 1956. Allí permaneció hasta poco antes de la muerte del arcipreste atencino. Regresando a Sigüenza en 1958.
En Membrillera, con muchos de los objetos que logró reunir en aquellas interminables jornadas de investigación arqueológica, montó su primera colección de lo que llamaron piedras antiguas, y de fósiles, provenientes la mayoría de ellos de las serranías de Guadalajara en sus límites con las provincias de Soria y Segovia, por donde don Justo caminó a sus anchas. Fósiles, y piedras antiguas, halladas por don Justo o donadas a nuestro hombre para tal fin.
Sus trabajos de campo, de inspección para Cerralbo primero y Juan Cabré después, se documentan a partir de los primeros años del segundo decenio del siglo XX.
Entre 1913 y 1914 anduvo en las excavaciones de Higes, y poco después en las de Valdenovillos, en Alcolea de las Peñas, pasando por las de Palazuelos, Tordelrábano, Hortezuela, Maranchón, Anguita, Luzaga, y una docena más en nuestra provincia, siendo quizá la de Cerropozo de Atienza, descubierta en los últimos años del decenio de 1920, la que mayores satisfacciones produjo, tanto a nuestro buen cura don Justo, como a su entonces director de trabajos, Juan Cabré, quien como discípulo del marqués de Cerralbo, a su muerte continuó la labor emprendida por aquel. También los pueblos limítrofes de Soria vieron su paso, y de numerosos de ellos, desde Carrascosa de Arriba a Retortillo, se trajo a Sigüenza el conocimiento de pasadas culturas.
La enorme obra llevada a cabo, y en ocasiones poco reconocida, de Justo Juberías, se materializó en su gran colección de arte rupestre, y de fósiles de todas clases y edades, con la que ideó la formación de lo que había de ser Museo de Arqueología, sino provincial, al menos local –de Sigüenza y su obispado-. Pues a pesar de que la gran mayoría de las piezas descubiertas en las necrópolis excavadas pasaron a pertenecer al Museo Arqueológico Nacional, muchas de las piezas menores quedaron, como anteriormente señalábamos en su poder, con ese fin museístico, al tiempo que, conocido su futuro, aumentaron las donaciones. Un fin que se truncó cuando, en los desastrosos días que acompañaron los años de la Guerra Civil (1936-39), su colección fue expoliada en Membrillera, donde se encontraba, y el resulto de treinta años de investigación quedó perdido para siempre.
Sus trabajos en pro de la arqueología le dieron el nombramiento, en 1941, de Comisario Local de Excavaciones de la comarca de Sigüenza, llevando a cabo a partir de entonces algunos trabajos de menor entidad, al tiempo que trató de recomponer su colección perdida, que en parte logró, y que una vez conseguida sirvió para fundar el Museo Diocesano de Arqueología de Sigüenza, al que donó las piezas, y del que fue su primer director.
UNA MIRADA A CERCADILLO. El libro, pulsando aqui
Fue un apreciable conferenciante. Se relacionó con los científicos y arqueólogos más eminentes de su época y dejó para la provincia el recuerdo de su trabajo y el estudio de sus investigaciones, a través de incontables estudios sobre la época prehistórica. Estudios, la mayoría de ellos, perdidos en el tiempo, o reseñados a través de las obras de los hombres para los que mayoritariamente trabajó, Enrique de Aguilera y Juan Cabré.
Su huella de arqueólogo, de gran conocedor de la prehistoria de nuestra tierra se puede seguir por la Cueva de Santa María del Espino; de Torralba; de Numancia; de Aguilar de Anguita; de Ures; de Medranda, de Riba de Saelices, de su Palazuelos natal… Inconfundible, con su bonete, su sotana y su sonrisa.
Se despidió de su tierra, para pasar a la historia, en Sigüenza, el 15 de febrero de 1966.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 18 de diciembre de 2020
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